Me pareció un buen articulo por parte del diario el Trome.



En 1967, el entonces alcalde de Lima, Luis Bedoya Reyes, inició la construcción de lo que sería la obra trascendental para la ciudad: la Vía Expresa, que uniría el Centro de Lima, desde la Plaza Grau, con Barranco.
Fue una obra visionaria que los rivales políticos del ‘Tucán’ trataron de minimizar y desmerecer al llamarla despectivamente ‘El zanjón’, porque para construirla tuvieron que excavar una gigantesca zanja por la avenida Paseo de la República, y al inicio de su funcionamiento, como el parque automotor era reducido, criticaron la obra al considerarla ‘exclusiva para privilegiados de San Isidro o Miraflores que tenían vehículo’.

Sin embargo, el explosivo crecimiento de nuestra ciudad y del parque automotor la convirtió en una vía fundamental para el transporte público y particular, ya no solo para llegar de Lima a Barranco, sino también a distritos como Chorrillos e interconectarse con los barrios populosos de Lima Sur. Cuando se inicien los trabajos del tramo Barranco – Surco – Panamericana Sur, se verá culminado el ambicioso proyecto de Bedoya – Benjamin Doig, a quien se le deben merecidos homenajes.
La culpa del atraso en la modernización de la capital y sus principales servicios la tuvieron los doce años de regímenes militares. Con la interrupción del sistema democrático, los alcaldes, a todo nivel, fueron elegidos a dedo por el gobernante de turno. Así, llegaban a los concejos los amigotes o familiares del dictador. La mayoría con un nulo conocimiento de la problemática municipal, pero con la ambición de llenarse los bolsillos con negocios millonarios en una sociedad donde tampoco existía una prensa libre que pudiera fiscalizar y denunciar las tremendas corruptelas. Es recién en 1980, cuando se restablece la democracia, que se pudo elegir a alcaldes por voto popular.

Eduardo Orrego, arquitecto, ganó en Lima con el partido de gobierno, Acción Popular. Pero sorprendió que Alfonso Barrantes, de Izquierda Unida, quedara en un expectante segundo lugar, ganando los distritos populosos de Lima norte, sur y este. El carismático abogado llegaría a la alcaldía en 1983, con el compromiso de velar por la niñez entregando una vaso de leche a los niños y un plan de pavimentación de pistas con un préstamo del Banco Mundial ejecutado por Invermet. En 1986, con Alan García recién elegido presidente y realizando balconazos en apoyo de su candidato, Jorge del Castillo logra el triunfo aprista.

El electorado limeño demostraba su volatilidad y pragmatismo, pues ante el descalabro del primer gobierno de Alan, surgió el primer ‘outsider’: ‘El hermanón’ Ricardo Belmont, que desde la televisión y la radio fustigaba al gobierno, acusándolo de corrupción y a los partidos de ‘haber perdido su oportunidad histórica’. Fundó su movimiento ‘Obras’ con sus televidentes más fieles y ganó de lejos. Su obra cumbre fue la avenida Universitaria y sus necesarios ‘intercambios viales’, como el trébol de Javier Prado. Lo reeligieron en 1992 en la convulsionada etapa del autogolpe del Alberto Fujimori.

Desde que en 1980 se reinstauró la democracia. Eduardo Orrego (Acción Popular), Alfonso Barrantes (Izquierda Unida), Jorge del Castillo (Apra) y el primer ‘outsider’, el ‘Hermanón’ Ricardo Belmont, conductor de la ‘Teletón’, que venció a los partidos tradicionales en 1989. Allí me quedé. El ‘autogolpe’ de Alberto Fujimori impidió que en 1992 se realizaran los comicios municipales, porque hubo elecciones para el Congreso y se trasladaron para el siguiente año. Fujimori, con gran popularidad, al ver que su candidato sería derrotado por Belmont, que iba a la reelección, optó por retirarlo. El rey de las ‘pastillas para levantar la moral’ ganó por casi el 50% de los votos. Su discurso era antipartido, pero no antigobierno, es más, hasta coqueteaba con Fujimori.

Pero envalentonado por su triunfo, cometió un error: anunció que iba a postular a la presidencia en 1996. El presidente, que ya había reformado la Constitución para reelegirse con el apoyo de Montesinos, entró en pánico y decidió demoler su gestión, ordenando al Congreso que diera el Decreto Legislativo que transfería más del 70% del presupuesto del Concejo Metropolitano al gobierno, para que este a su vez los redistribuya. El ‘Chino’, astuto, entregó esos fondos a municipios chicos adonde llegaba a inaugurar obras efectistas como losas deportivas. Sin presupuesto, el ‘Hermanón’ no podía recoger la basura ni pagar sueldos a los trabajadores que hacían huelgas y hasta tomaban el local municipal. Claro, la siniestra mano de Vladimiro Montesinos estaba también detrás de estos golpes.

Convertido en enemigo del gobierno, sin plata, el alcalde no cumplió sus promesas y cuando postuló a la presidencia no sacó ni el 3% de los votos. Y nuestra ciudad estaba sumida en un caos. Sucia, con obras paralizadas, ambulantes en mercados ‘calcutizados’ a unos metros de Palacio de Gobierno o el Jirón de la Unión. A Fuji y Montesinos no les interesaba Lima. El ‘Doc’ tenía su guarida en su búnker del Pentagonito, en San Borja, y su nidito de amor en Playa Arica. Fujimori también se mudó al SIN. Palacio de Gobierno estaba abandonado y centenares de ratas se apoderaron de sus jardines, sótanos y cocinas ruinosas. En ese contexto se producen las elecciones municipales de 1995. Un carismático y exitoso alcalde miraflorino, antiguo militante del PPC, Alberto Andrade, postuló como un técnico que iba a convertir Lima en una ciudad ordenada y bella como Miraflores, pero sobre todo reivindicó a los limeños criollos y mazamorreros. ‘Yo nací en Barrios Altos, canto valses y los domingos desayuno pan con chicharrón’.

El gobierno temía que la imagen de Andrade, desde la alcaldía, creciera como para enfrentarlo en una elección presidencial, que era el proyecto del ‘Doc’. Escogieron a Jaime Yoshiyama, hombre fuerte del régimen. Se jugaron el todo por el todo y hasta sacaron al Ejército para que limpie las calles de Lima. ‘Si gana el ‘Chino’, seguimos limpiando, si pierde seguirá la cochinada’, era el mensaje del Ejecutivo. Paralelamente, Yoshiyama llegaba a los sectores populares más deprimidos regalando bolsas de comida y hasta cocinas. Pero los sectores altos, clasemedieros y de barrios tradicionales como La Victoria, Rímac, donde no llegaban esas prebendas, desconfiaban del gobierno, porque las quejas de Belmont desde su radio y su canal habían calado: ‘el gobierno odia a Lima y se llevó su presupuesto a provincias’. Además, Andrade prometió vivir en una casa en el centro de la ciudad y juró que iba a reubicar a los ambulantes de ‘Polvos Azules’ y el ‘Mercado Central’. Andrade asestó el primer gran golpe al gobierno central al derrotar claramente a Yoshiyama, engreído del ‘Chino’. Su gestión haría historia, pero me quedé corto. Mañana continúo. Apago el televisor.

Lima desde que en 1980 se reinstauraran los comicios municipales. Me quedé en el momento de las elecciones de 1996, cuando Alberto Andrade (Somos Perú), exitoso alcalde de Miraflores, le inflige la primera gran derrota al fujimorismo venciendo a Jaime Yoshiyama. Antes que jurara al cargo, Fujimori le hizo una jugada sucia: nombró al perdedor Yoshiyama ‘ministro de la presidencia’, una especie de ‘súper alcalde’, que iba a realizar obras con dinero gubernamental para competir deslealmente con Andrade. Pese a la abierta hostilidad del Ejecutivo, el burgomaestre ‘criollón’ cumplió su promesa de remodelar el Centro Histórico, luego de tres décadas de abandono.

Pasaría a la historia al lograr lo que ninguna autoridad municipal había hecho en Lima: desalojar a los ambulantes de esa ‘bomba de tiempo’ llamada ‘Mercado Central’ y la avenida Abancay. Él mismo encabezó el desalojo junto a una nueva fuerza de seguridad municipal: ‘El serenazgo’. También logró lo que parecía imposible: reubicar a los comerciantes informales de ‘Polvos Azules’, y los llevó a lo que hoy es el emporio de las primeras cuadras del Paseo de la República. En lo que era ‘Polvos’ construyó la plaza ‘Chabuca Granda’, donde se realizaban actividades culturales y festivales de comida peruana y dulces limeños, lo que sería el germen de la futura ‘Mistura’. En materia de transporte, hizo la revolucionaria ‘Vía Expresa’ de Javier Prado.

Fujimori veía el índice de aceptación del ‘criollón’ y temía que se le enfrente en su futura re-reelección. Por eso, en los comicios municipales de 1998, ordenó al ‘Doc’ que se encargara personalmente de conseguir al candidato que derrote a Andrade, ‘cueste lo que cueste’. Montesinos ‘compró’ al exministro Juan Carlos Hurtado Miller en 700 mil dólares e invirtió varios millones de dólares robados de la Caja Militar Policial y otros institutos armados para lanzar una multimillonaria campaña que comprometió a varios destacados deportistas.

Sin embargo, el alcalde venció a Hurtado Miller y Montesinos, herido en su orgullo, desarrolló una deleznable ‘guerra sucia’ desde los libelos llamados ‘diarios chicha’. ‘Pituco Andrade quiere abandonar la alcaldía por orden de Alan’. ‘Esconde la panza y recibe el billete’ (El Tío). ‘Virrey Andrade amenaza despedir a miles si llega al poder’. Todos los días la ‘prensa basura’ lanzaba un infundio contra el alcalde y eso de que ‘miente, miente que algo queda’ le pasó la factura en las elecciones municipales del 2002. A un mes de la votación tenía el 75% de aceptación y le llevaba 20 puntos a su más cercano competidor, Luis Castañeda Lossio. Pero cometió graves errores.

La campaña montesinista le había creado una imagen de ‘pituco’ que hacía obras para ‘los de arriba’ o ‘la Lima criolla’ (centro), olvidando a los migrantes de los conos. Andrade, que tenía mayoría absoluta en los sectores A/B y la mitad del C, debió dedicarse fundamentalmente a los sectores C/D/E. Esto lo aprovechó muy bien el ‘Mudo’, que silenciosamente recorría incansable las zonas adonde no llegaban ni Andrade ni su campaña. Pero lo fundamental fue una jugada deshonesta de Castañeda. Mientras el ‘criollón’ propuso revolucionar el transporte construyendo la estación central del ‘Lima Bus’ debajo del Paseo de la República, para que buses acoplados recorran Lima en tiempo récord (lo que hoy es el ‘Metropolitano’), Castañeda demagógicamente anunciaba la creación ¡de un tren que iba a subir hasta los cerros de Collique!

Esa promesa y el debate donde el ‘Mudo’ sorprendió, cambiaron la situación. Castañeda también había pintado de amarillo algunas escaleras que llegaban a los cerros en varias zonas de Lima y prometió continuarlas si resultaba elegido. Los más pobres inclinaron la balanza a favor del ‘Mudo’. En su gestión cumplió con las escaleras, pero a sabiendas que lo del tren a los cerros era una gran mentira, copió sin ningún tipo de autocrítica el ‘Lima Bus’ de Andrade y lo llamó ‘Metropolitano’. El resto es historia conocida.

Cheers.